El padre que se creía rey.


De la ilustradora Ana Juan 

A veces lo cotidiano puede convertirse en una inquietante pesadilla. Compruébalo leyendo este cuento de Aldara López, de 2º ESO A.

"Yo no entendía nada, simplemente permanecía quieto, firme, sin saber qué decir, con la mirada clavada en el rey del palacio, que, desde su trono, ordenaba a la criada y castigaba con azotes al que lo desobedecía.
–¡Ven aquí!
En ese momento mi cerebro le estaba dando órdenes a mis piernas, pero estas no querían moverse, no querían avanzar. Yo creo que ellas ya sabían lo que iba a pasar.
Me dirigí hacia él, que en esos momentos tenía un objeto largo, negro y que a mi hermano Jim le había dejado una marca roja en la espalda. El rey levantó la mano y la criada, como si supiera lo que iba a pasar, se abalanzó sobre él y le grito:
– ¡Corre hijo, corre!
En ese momento mi hermano Jim me cogió en brazos y salimos corriendo, pero fuera no había nadie.
Al poco tiempo, el rey nos agarró y nos llevó de vuelta al palacio.
–¡Es culpa mía! –Le decía mi hermano al rey.
–¡Déjalo, no le hagas daño, solo tiene seis años!
Cuando llegamos a casa, vimos a la criada con un ojo morado y con sangre en el labio.
El rey se sentó en su trono y nos llamó uno a uno…
Por la mañana, como todas las demás, Jim y yo después de ir al baño fuimos a la cocina. Allí estaban el rey y la criada. El rey tenía un espejo delante de la criada y le estaba diciendo que tenía que decirle a la familiar que se había lastimado contra la mesa al poner los platos. La criada aceptó y salió rápidamente.
Por la noche, el rey se fue y no volvió hasta la noche del día siguiente. Yo lo notaba raro y se lo dije a mi hermano:
–Lo que le pasa es que está borracho, y ahora a dormir antes de que nos riña o nos pegue.
No sé cómo ocurrió, pero esa mañana un coche de policía se llevó al rey. Este se reía, y una ambulancia se llevaba en una camilla a una mujer tapada con una bolsa negra.
Jim me cogió en brazos y me llevó corriendo hasta la policía.
–¿Qué pasa? –preguntó Jim.
–Jovencito, tu madre ha fallecido.
Jim se arrodilló y de sus ojos empezaron a caer unas gotas de rocío que desde hacía tiempo en el palacio estaba prohibido derramar.
–Por favor, ¿lo puedo dejar ya? No me apetecer recordar más.
–Claro. Pero, una pregunta…
–¿Sí?
–¿Quién era el rey?
–Mi padre."


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